martes, 21 de marzo de 2017

EL GRAN RELOJ


Que extraña forma la mía de a ti buscarte.
Está la de no olvidar tus formas:
de la niña radiante y de la mujer en descanso.
Ahora nada más te busco en el constante ver el reloj.
Con la ansiosa mirada y el nervioso cuerpo.
Viendo que se aproxima la hora.
Doy cuenta de que ya son las seis y tú no llegas,
de que faltan seis y continúa la espera, o de que
ya pasan las y los seis y al reloj le pido que no
marque las horas, porque aun falta tu llegada.
En momentos como éste uno cae en la cuenta
y contamos las horas, al menos yo hoy y a esta
hora en ello caigo; de que aún el más pequeño,
desde un minuto hasta las mil horas, puede ser
nuestro peor verdugo.
En él se resguarda el tiempo, la espera, la ausencia,
en ese pequeño cuerpo, cuyos pequeños órganos,
los que funcionan sin ningún atraso, soldaditos
de plomo que marchan firmes y constantes; uno a uno
pero todos en cabal acompañamiento, ese pequeño
sabe bien a qué hora fue el primer y el último
encuentro, aquellos segundos en los que juntos
moríamos viviendo.
Uno ve el aparato, las manecillas, los números
que avanzan; la espera urge que llegue la hora,
ese minuto, el segundo que aproxima; uno busca
afanosamente que el reloj marque la hora del
reencuentro o de tan solo verla pasar detrás
del viento.
Parece que uno corre atrás de los números,
del tiempo; pero no es así, uno no corre de tras
de eso, en verdad uno corre detrás pero de las ganas,
de las ansias que matan, de la espera que sufro,
del amor al que espero, en fin del reencuentro
con uno mismo.
Pero al final, uno también sabe perfecto, que a pesar
de su pequeño cuerpo, de su brazo corto
y de su pierna larga; la hora llega y se pasa,
y ella no llega y menos llego yo a encontrarla.
Él reloj marco la hora del ahorcamiento.
Fiel a su amo el tiempo.
Ejecuta la hora y al hombre en la espera.
Que tan peculiar es esta la forma de buscarte.
A veces creo que tú te me escondes.
Que estás ahí, dentro, de esa cajita
la que a cada rato y hora veo.
El reloj, uno lo ve, lo urge, le da de manotazos,
le pide casi llorando que avance,
que ya pare y marque ese instante.
Uno lo ve casi como a una “lámpara maravillosa”
-la del genio- esperando la hora en que tú de ella salgas,
de tanto frotarlo con los ojos que no cesan de verlo
y con las manos que no paran de hacer a un lado
la manga, para que la hora se descubra y verte paradita
frente a mí o a corta distancia, como la niña radiante
o la mujer en descanso, en la acera, en la banca
del parque o en la cama de los amantes.
Pero el tiempo avanza y el momento no llega,
sigo esperando, sigo buscándote; pero el rato
es el único que pasa y tú la única que se aleja.

GILDARDO CARRIÓN

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