miércoles, 12 de julio de 2017

OLAS EN LOS TRIGALES


En el porche, los ancianos se mecían en sendas mecedoras. La noche cálida y estrellada invitaba al descanso y la meditación. Las luciérnagas vagaban alegrando la noche con sus lucecitas y en el aire se respiraba el olor de rastrojos quemados, el olor del campo al anochecer. De pronto, él rompe el silencio:
-La cosecha de trigo viene este año mejor que nunca, quizás podamos ir a Acapulco para que conozcas el mar. Recuerda que te prometí llevarte aquel día que te ayudé a bajar del árbol donde te subías para ver el viento hacer olas en los trigales.
Tú tenías 12 años y yo uno más. ¡Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces! y ya ves, no he podido llevarte. Los hijos, la lucha del campo, mi enfermedad... había un tono de amargura en sus palabras.
-En cambio me has dado cincuenta años de amor y respeto, y eso para mí vale más que nada. Hemos sido felices educando a nuestros hijos, de los que estamos orgullosos, y ahora nuestros nietos nos llenan de alegría. No pienses más en tu promesa de llevarme a conocer el mar, ya me hago una idea de cómo es.
Él guarda silencio, por toda respuesta alarga su brazo, le toma la mano a ella y así con las manos unidas acoplan el vaivén de sus mecedoras y sus miradas se pierden en la noche mirando las estrellas.

Dorka Cervantes (Caribeña en Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 33

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