lunes, 20 de marzo de 2017

LOS LATIDOS DE UN CORAZÓN LEJANO


            Lejos. Están lejos. Lejos los corazones latientes, la sangre rejuvenecedora. Los árboles se cimbrean con el viento nocturno, y la luna resplandece más que nunca.
            Él camina solo. Desbroza senderos que ya nadie transita. La ciudad está apagada como los ojos de los muertos. Ni una luz, ni un ruido, ni un aliento. Solo la ausencia de los corazones latientes.
            ¿Acaso es ese el castigo y no cualquier otro? La tumba le responde con desafíos llenos de enigmas, y las letras gastadas de su nombre no le recuerdan a nadie que reconozca. El aire se vuelve más frío, pero él no lo siente. Está acostumbrado a esa hiemal compaña, a ese engendro que se llama soledad.
            A lo lejos aúlla un lobo. Tal vez la sombra de un mochuelo cruza el pavimento agrietado. La noche se agarra a su cuerpo como una hiedra asesina. Soledad. Soledad que anhela los corazones ausentes.
            Por fin, se sienta en un banco del parque. La madera podrida cruje bajo su peso. Silencio. Un cuervo grazna algo así como “nunca más”. Si pudiera llorar, lo haría. Pero no tiene lágrimas que derramar. Igual que no tiene sangre que beber.
            La soledad del vampiro en un desolado planeta carente de vida humana es la más grande de las soledades. Y más terribles aún son las ansias que calmar. Porque sin sangre no hay descanso, y sin él solo queda la tortura infinita, o el terrible fin bajo un único y amargo amanecer.
            Y los corazones humanos seguirán ausentes y lejanos.

FRANCISCO J. SEGOVIA RAMOS -Granada-

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