martes, 21 de marzo de 2017

FARO


En la mágica distancia nocturna del pueblo al mar, el farolero ve la cúpula del faro fabricado por el afán de los hombres de guiarse en altamar desde los puertos miserables. Se dirige hacia el faro que está entre los espolones, cerca de la playa, sabe que es peligroso el estrecho sendero de pedregones y de caracoles muertos y, puede resbalar y caer en las rocas. Conserva en la mirada un brillo juvenil, aunque es un anciano vigilante. Se detiene un instante en la cuesta del camino, ilumina la ruta con una tenue luz de linterna, siente que se resquebrajan sus huesos de cansancio. Debe abrir la diminuta puerta y entrar a subir los escalones de piedra lisa. Dura una eternidad llegar a la cima y encender el faro cuya orbital luz ilumina los alrededores solitarios. Años en ese oficio de farolero: subir y bajar escaleras, bajar y subir, encender y apagar el faro, todas las noches, mientras vigila con habitual mutismo la vasta infinitud.

FRAN NORE

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