lunes, 31 de octubre de 2016

EL CONCILIO DE LOS MUERTOS


            —No podemos descansar en nuestro sueño eterno —aseveró un cadáver al que aún restaban restos de carne putrefacta.
            —Y sus ruidos retumban en las tumbas —añadió una calavera que reposaba en un nicho.
            —Debemos hacer algo —dijo solemnemente el presidente del concilio de los muertos, una momia de un personaje ilustre en su tiempo, pero totalmente olvidado ahora.
            Nadie propuso nada. Ni los difuntos del patio de los suicidas, tan amigos de filosofar a la luz de la luna llena, ni las piadosas monjitas de clausura, todas ellas amortajadas de la misma manera, y algunas aún vestidas con sus hábitos. Tampoco intervinieron los infantes muertos, ni los adolescentes caídos en la plenitud de la vida, ni los viejos cadáveres, que llevaban en el camposanto desde que se tenía conocimiento de su existencia.
            —Ellos ignoran nuestra presencia —afirmó un sanguinolento cuerpo, víctima de un fatal accidente de tráfico —. Debemos avisarles de que no pueden seguir así.
            —Nunca habíamos tenido problemas —musitó el presidente.
            —O intervenimos ahora, o nunca descansaremos en paz —propuso vehementemente un muerto que sostenía su cabeza en una mano, y que hasta entonces había permanecido en silencio.
            Todos asintieron con estruendosos gritos, que resonaron en las cavernas donde se habían reunido.
            —Había sido todo tan tranquilo hasta ahora —suspiró entristecido la momia presidente.
            A partir de la noche siguiente, comenzaron las apariciones fantasmales en toda la urbanización recién construida. Puestos a complicar las cosas, el concilio había decidido que, si no descansaban los muertos, tampoco tenían derecho a hacerlo los vivos.

FRANCISCO J. SEGOVIA -Granada-

No hay comentarios:

Publicar un comentario