domingo, 31 de julio de 2016

LA CALAMIDAD DE LOS CIELOS


Imperaba una calma absoluta en el emplazamiento que, milenios más tarde, sería conocido en los dos reinos como la gloriosa ciudad de Heliópolis.
La arena, tostada por los abrasadores rayos del astro rey, sintió de lleno el impacto de un artefacto desconocido.
Una forma de vida avanzaba por el desierto tambaleándose, aturdida por la colisión. Pocos segundos después, un fuerte estallido le hizo perder el equilibrio.
El desastre alertó a los habitantes de la región, asentados junto al delta del río Nilo desde tiempos inmemoriales.
Todos habían visto esa extraña barca solar descender desde las alturas, precipitándose contra la superficie a no mucha distancia del lugar en el que se encontraban. Los aldeanos, sedientos y al borde de la inanición tras las innumerables plagas que habían arrasado sus cosechas, iniciaron la marcha al unísono.
La caminata resultó más dura de lo que calcularon en un primer momento, pero al final lograron
alcanzar su destino. Con los pies doloridos, la garganta reseca y el estómago rabiando de hambre, se
toparon de bruces con un horror inenarrable, un aborto surgido de la peor de las pesadillas: más de tres metros de altura, cabeza de ave y níveas plumas resplandecientes como el fuego, esos eran sus rasgos distintivos.
Parecía agotado, al borde del colapso, aunque una leve respiración dejaba claro que aún no había
abandonado este mundo. Los campesinos, cuyos estómagos rugían sin cesar, se miraron atónitos los unos  a los otros, temerosos de lo que pudiera hacerles la criatura que, no tardaron en comprobarlo, estaba totalmente indefensa. Se dejaron llevar por sus instintos más primarios, algo que pronto degeneró en un banquete espeluznante.
Un grito rasgó la calma reinante.
Mientras aquel ser se retorcía entre espasmos agónicos, los comensales taparon sus orejas. Sus rostros, antaño humanos, adquirieron facciones animales como la del halcón, el chacal, el ibis, la leona, el áspid, el carnero, el cocodrilo o el hipopótamo.
Tras maldecir a sus depredadores con una eternidad de sufrimiento que escapaba a toda comprensión, el heraldo interestelar expiró...

Israel Santamaría Canales (España)

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