jueves, 30 de junio de 2016

EL LEGADO DE GURB


La vida en la Tierra pudo haberse propagado a partir de una pila de residuos accidentalmente descargados sobre el planeta mucho tiempo atrás por los extraterrestres.
Thomas Gold, Basura Cósmica

Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya.
Génesis 1:27

Están hartos. Jamás da una a derechas, entorpece la expedición y hastía a todos con sus estúpidos
comentarios. Es un ególatra incapaz de aprender ni progresar; sólo disfruta escuchándose a sí mismo. Así que deciden gastarle una novatada. Lo meten en el conducto de descarga de residuos y aprietan el botón. Se aleja disparado por el espacio. Como son buena gente, lo recogerán al regreso.
Cuando no pueda malograr el viaje, ya lo buscarán entonces. El periodo de ostracismo le servirá para reflexionar.

“El hombre era un animal estúpido, no cultivaba ni criaba ganado. Un día Gurb llegó de lo alto. Nos enseñó todas las artes y las ciencias. Él nos dio forma. Después regresó al cielo con los suyos”, repite el mito transmitido de generación en generación.

Constatan que, lejos de reformarse, ha contagiado sus vicios a esos pobres seres, tan débiles de mente que le han escogido como líder. Vive feliz, adorado por una corte creada a su imagen y semejanza, regodeándose en su ineptitud y holgazanería.
Atormentados por la culpa, resuelven  recoger al compañero y olvidar el desastre. Quizá, lejos de su pernicioso influjo, esa gente aún tenga remedio.

“Por eso los hombres somos seres especiales, porque somos hijos de Gurb. Su herencia nos corresponde por derecho propio. Tras su marcha, el planeta quedó en nuestras hábiles manos”, añade el anciano ante la mirada fascinada de su discípulo.
Las vasijas, deformes, vierten su contenido; los animales imploran ser ordeñados; el grano, sembrado
superficialmente, genera campos de espigas tumbadas, como si naves voladoras hubiesen aterrizado en ellos. Pero el muchacho siente un súbito orgullo. No repara en el desorden de la aldea, ni en la desidia de sus habitantes, ni en su torpeza como artesanos, ni en su impericia como agricultores o ganaderos.
Porque él, igual que toda su especie, es un ser superior, un digno discípulo de Gurb.

Salomé Guadalupe Ingelmo (España)
Publicado en la revista digital Minatura 149

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