lunes, 30 de mayo de 2016

EL MIEDO, LOS MIEDOS


Ese vocablo es de textura suave y aterciopelada, se dice con recatada voz avergonzada temiendo descubrirme en los parámetros de la estupidez, de la simulación de estado desvalido con finalidades de sobreprotección. Y no es así.
Significa ahogo que aterroriza y llena el pecho de enormidades sombrías que configuran cataratas imposibles de evitar aunque el navegante reme y reme hendiendo el oleaje de aguas fustigantes, duras, cristales de roca apenas licuados que golpean a pedradas, y el infeliz navegante remero habrá de rendirse a las furias torrentosas y al abismo de más allá.
El miedo no debe triunfar pero es rival difícil. No obstante, hay que intentar derrotarlo.
Pero él sabe de su natural fuerza capaz de vencer al valeroso cuan brillante contendiente y apunta con agudos aguijones envenenados, con elefantes, con víboras; entonces el debilucho, con intención de ganar en ese desequilibrado campo marcial, acaso retroceda.
Pero no hay que darle el gusto al muy hijo de puta miedo.
Es preciso morirse del más banal de los vocabularios y mezclarlo con pis y caca, en seguida tirárselo a la cara, madiciéndolo.
Si lo pude ayer o antes de ayer, cuando en cierta manera acabé con los gendarmes de la prisión que pateaban las pancitas de las embarazaditas y los transportaban encima de chapas de zinc a un recinto donde parían y regresaban pálidas, solas, sin el producto de sus pancitas embarazaditas, tristes como las calles de invierno, húmedas, amargamente arboladas, igual que las zonas urbanas de las feas pesadillas. Me decaí oyendo palabrotas innobles de bocas sucias, bigotudas, desdentadas, fumadoras. Ni de las corridas por los corredores del Departamento de Policía, de los degenerados contratados para abusar de las chicas detenidas que iban al baño.
Sí, me asusté cuando me pisaron los dedos de los pies con los pestilentes borceguíes... claro que sentí miedo de la invalidez subsiguiente que no ocurrió.
En aquel antro, a puteadas, me disfracé de machito y los sujetos, muchos uniformados, no iban a perder el tiempo con alguien de tal talante...
Sin amilanarme, salí a la luz.
Sentí un minúsculo bulto en un bolsillo y lo tiré a la mierda.
Con el correr del tiempo advertí que había tirado el miedo a la mierda.
Intento, paciente lector de mis apuntes, transmitir la sorpresa que me causa esta sensación actual que debe ser algo así como el retruécano a un pasado horripilante cual enfermedad incurable: sida o cáncer.
Hoy temo a los espacios vacíos.

AURORA VENTURINI -Argentina-
Publicado en Fuegos del Sur

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