martes, 30 de junio de 2015

UNA HISTORIA


Conocí a Perla cuando los dos éramos muy jóvenes aún. Procedíamos de distintas ciudades. Ella había nacido en el barrio de Lavapiés de Madrid, y yo en un suburbio de Barcelona, donde coincidimos en un teatro mediocre.
Los dos buscábamos una oportunidad que nos dieran además de algún dinero que nos permitiera sobrevivir, la esperanza de que alguien se fijara en nosotros y nos ofreciera un contrato para actuar en un teatro de más importancia. Eran años duros en todas partes, pero nuestro deseo de triunfar nos daba impulso para resistir todos los inconvenientes.
Cuando terminaba la función, salíamos juntos para comer algo antes de marcharnos a nuestras respectivas casas de huéspedes donde vivíamos, Casi sin darme cuenta fui enamorándome de ella. Nunca llegué a saber lo que ella sentía por mí. Yo no me atrevía a confesarle mis sentimientos. El día que me dijo que se marchaba a Madrid, sentí algo así como un puño oprimiendo mi corazón, pero saqué fuerzas y la felicité. Había sido llamada por un gran empresario ofreciéndole trabajo en su teatro. Era la gran oportunidad que ella esperaba. Se marchó a Madrid y yo me sentí muy triste. No sabía cómo iba a sobrevivir allí sin su compañía. Su ausencia pesaba mucho en mi alma. Creo que envejecí más de lo normal.
Fue así que pasaron los primeros diez años de mi soledad sin Perla. Mi vida empezó a cambiar, y yo empecé de nuevo en el amor. Me enamoré de otra mujer que no era tan atractiva como Perla, pero tenía un gran corazón y me enseñó otras cosas de la vida que yo no había conocido hasta entonces. Nos casamos y fui feliz con ella. Yo seguía tocando la guitarra, pero no en un teatro, lo hacía en las reuniones que teníamos con amigos y con mis alumnos, pues había montado un taller de música junto con otros compañeros e impartíamos clases.
Un día recibimos una invitación para una actuación especial en Madrid. Nos ofrecían una buena suma de dinero que no nos venía mal. Después de mucho pensarlo, accedimos y decidimos ir. Éramos tres músicos, todos guitarristas, es decir, dos compañeros de taller y yo. La fiesta fue en una casa particular cerca del palacio del Pardo. Cuando llegamos reconocimos a muchas personas que habían asistido al evento: políticos y personas de alto nivel de la sociedad y del mundo empresarial. Era un derroche de elegancia y poderío. Nos asignaron una habitación para que estuviéramos en ella hasta que nos llamaran para actuar. Al poco rato de estar allí cambiando impresiones entre nosotros, llamaron a la puerta y entró un señor acompañado por una mujer que se mantuvo detrás de él.
 “Señores, les presento a la señorita Mayaca que va a estar a vuestro servicio para lo que sea menester” –
Y dando un paso hacia un lado pudimos contemplar a la mujer que le acompañaba. Yo no podía creer lo que veían mis ojos. La tal señorita Mayaca no era otra que Perla, aquella joven inocente y soñadora que me había robado el corazón y casi me lleva a la muerte cuando se alejó de mí.

Mª Manuela Septién Alfonso -España-
Publicado en la revista Oriflama 26

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