lunes, 29 de junio de 2015

LA PERRONA


El mercado en el pueblo tenía lugar en la plaza principal, los lunes y los jueves. Allí llegaba la gente de las villas vecinas para abastecerse de carne y víveres, amén de otras cosas como por ejemplo telas, medicinas, implementos agrícolas etc. etc.
 El mercado mayor era el de los lunes. Los aldeanos solían hacer sus compras temprano, y luego se dedicaban a tomar trago en las cantinas que regularmente estaban localizadas a la salida del pueblo.
 A veces por la tarde ya las moscas hacían presa de la carne y de los víveres que a todo el resisterio del sol, empezaban a descomponerse sobre la grupa de los caballos que amarrados sobre un poste esperaban por su dueño.
 En la cantina ponían música a todo volumen para animar el ambiente, a más de la presencia alentadora de las “muchachas de la vida alegre” como solían llamar a las mujeres de vida licenciosa. Al atardecer y ya frecuentemente sin un centavo en el bolsillo, los aldeanos regresaban a sus hogares casi en total embriaguez.
 Margarita Ortiz residía a unas cuantas cuadras de la cantina La Rochela. Allí había vivido siempre desde antes de casarse con Aníbal Villalobos, su actual marido. Había sido la concubina de varios hombres, quienes luego de convivir con ella por cierto tiempo, se habían visto forzados a retirarse, porque ella “la ingrata” los había substituido por otro. Así sucedió hasta cuando en su vida apareció Aníbal, quien prendado locamente de su donosura y aire trapío, le había propuesto matrimonio y se había casado con ella pese a las amonestaciones de su madre que le previno de lo que podría pasarle a él tras de la vida licenciosa que Margarita había llevado. Mas nada hizo que Aníbal desistiera de su empeño, y en una noche de luna llena la hizo su esposa, cuando en ceremonia íntima la llevó a la iglesia y se casó con ella ante el asombro del pueblo murmurador…
 Aquel lunes, Aníbal se encontraba allí en La Rochela libando feliz. Ya en las horas de la noche, uno de los parroquianos, ignorante de su vida, le propuso entre su babeo de embriaguez: “Vamos donde La Perrona. No está muy lejos de aquí”, a lo cual asintió Aníbal diciendo: “¿Y quién es esa ? No he oído hablar de ella”. “Pues ya verás”, le contestó el aludido quien continuó diciendo muy eufórico: “Es una puta muy relamida pero muy complaciente: es toda una hembra.”
 Cuál no sería su asombro cuando “el amigo del momento”, detuvo su caballo allí frente a la casa de Margarita, su casa… En ese momento, Aníbal muy amargamente comprendió la verdad y como en un lampo que lo hería, recordó las sabias prevenciones de su madre. A pesar de todo, decepcionado y
enfurecido, le espetó al hombre: “Yo por esa puta me hago matar.” Y sin bajarse aún del caballo sacó el cuchillo para agredir al ofensor, pero ya su contenedor que había sido uno de los amantes de su mujer, se le había adelantado y con una almarada le propinó un certero tajo en el cuello.
 Ya degollado y ahogándose en un mar de sangre, con voz entrecortada y en un hálito desesperado de agonía, cuando Margarita abrió la puerta le dijo: “No sabía que te llamaban La Perrona…”

Leonora Acuña de Marmolejo -EE.UU-
Publicado en la revista Oriflama 26

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