sábado, 31 de enero de 2015

ÚLTIMAS PALABRAS DE UN CONDENADO

           
al poeta Juan Calero….

Yo, William MClane, soldado de la flota naval 999
padre de familia con dos hijos adoptivos
con placa de registro militar 666
natural del noroeste del país
confieso que desde hace más de un mes
no he podido levantarme de esta cama de piedras
donde estoy ya sin dolor felizmente postrado.
Denuncio: Desde que llegué a esta solitaria celda
no he tenido más compañía que el olor a orine de las ratas
y  la peste de las rotas cañerías
por donde corre todo el excremento de la ciudad
cuyo agrio olor provoca vómitos que no cesan y me han deshidratado:
Una ciudad que ha sido calcinada y dentro de cada tumba
han colocado una tarja para intimidar
a quienes como yo trataron de provocar un cambio.
Dentro de unas pocas horas me colgaran en la plaza principal del pueblo.
Allí estará el alcalde con su roja barriga
mirando retorcerse mi cuello
y como los ojos en desventajosa  posición
se vuelven brillosos y perdidos.
Yo, que sólo quise dejar los aplausos y las condecoraciones
resulta que en nombre del mismo infierno
 llevarán mi cuerpo a la horca en menos de dos horas.
Sólo pido en nombre de los muertos que antes precedieron
que toda la inmundicia y las plagas no caigan sobre quienes me condenan
sino sobre mi mismo, quien fue a fin de cuentas
el provocador de todo este altercado.
Me retracto de todo lo  dicho anteriormente
y pido a todos los ángeles buenos que perdonen a los impostores
y al alcalde bendiga con más dinero
en sus abarrotados bancos donde duerme misterioso
el tesoro de una ciudad que nunca ha podido
permanecer en pie sobre su propia tumba.
Pido: Que un fuego anunciador  purifique mi golpeado cuerpo
y lo limpie de todas las píldoras que me obligaron  tomar
como ahora que desde mi subconsciente
siento un poco de amor por aquellos que me
laceraron insaciablemente….
Pido: Que sean las rojizas llamas del mismo infierno
quienes acomoden mis  huesos después de ser calcinados:
Las altas llamas que se elevan y la gruesa soga
puesta sobre mi tatuado cuello de bastardo confesor.
Y la muerte y la muerte y toda esa basura disipada que llaman
ahora Vida vertiéndose como lo podrido sobre mí.
He dicho.

Poema tomado del libro en preparación LAMENTO Y REGRESO DEL GUERRERO de Claudio Lahaba

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