miércoles, 31 de julio de 2013

EPÍLOGO (1)

YO TAMBIÉN LEO Y ESCRIBO

           Cuando en “Una noche con Hamlet”, Vladimir Holan -aquel estupendo poeta checo- dice: -Veo un hombre y lloro, Revagliatti -mediante un imaginario contrapunto- lo reconvendría: -Donde ponemos la agonía/ algo/ no cabe.

I

          Ha de constar que no soy un experto en la obra de  Rolando Revagliatti y todo aquello que desde “su acá” hasta “mi acá” suceda y se transcriba, deberá ser entendido en función de un aprovechamiento activo de su escritura y de un diálogo donde prevalecerán la indagación y el intento de resaltar algunos tópicos.
          A fines de los ‘80 llegó a mis manos la primera edición de estas “Obras completas en verso hasta acá”, de Ediciones Filofalsía. Recuerdo la dificultad que me plantearon dichos textos. No podía con ellos. ¿Qué buscará este señor?, me dije, yo, frecuentador de poetas argentinos de las décadas de los ‘40 y ‘50 y por ende, acostumbrado a una poesía en la que predomina en mayor o menor medida el sesgo surrealista. Por otra parte, tenía bien leídos a Girri, a Giannuzzi, a Gelman, a Olga Orozco, a Pizarnik y sabía que los poetas jóvenes solían encolumnarse detrás de estos nombres.
          Ya el título de uno de los poemas de Revagliatti me resultó extraño: “Los papás queman”: una joda, a éste le sobra la plata,  pensé.
          Sin embargo, el apellido del poeta aparecía aquí y allá: en revistas de poesía, en publicaciones que llegaban del interior del país, se lo veía en algunas antologías: sus textos circulaban.
          Sé que no es infrecuente que la obra de un autor se muestre  refractaria a  las primeras lecturas,  le pasa a mucha gente.
          Cuando conocí a Revagliatti en su ciclo de poesía “Julio Huasi”, en el año 2001, me encontré con un hombre serio pero cordial, de trato amable y muy respetuoso con los poetas convocados.  El suyo fue uno de los ciclos que más me entusiasmó. Llamaba  la atención su forma de recitar: teatral, su gestualización era seca y controlada, con una tensa apoyatura en el silabeo de algunas palabras, y un tono que se sostenía y regulaba mediante pausas inesperadas: al margen de su pintoresquismo, se trataba de un sujeto fogueado en el arte de leer en público. Intercambiamos sendos libros esa noche y a partir de una nueva lectura (me había obsequiado su poemario Tomavistas), comprendí que existía otro modo, por demás válido, de relacionarse con el fenómeno de la poesía.

Epílogo de José Emilio Tallarico para la tercera edición soporte papel del poemario “Obras completas en verso hasta acá” de Rolando Revagliatti.



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