domingo, 31 de marzo de 2013

LEONCIO DEODAT: DESCUBRIDOR DE HISTORIAS


Así se llama el nuevo libro de Historia Regional publicado por nuestra Editorial, nuestro título Nº 53.
La Biblioteca Popular y Municipal Florentino Ameghino de Puerto Deseado decidió reeditar en este libro uno completo del historiador Leoncio Deodat, "La captura de la tribu del Cacique Orkeke", que fue publicado en 1937, y junto con él diversos artículos y resúmenes  de trabajos de Deodat.

Leoncio Deodat nació en 1883; se recibió de Contador Público en la entonces Escuela Superior de Comercio (actualmente Facultad de Ciencias Económicas). Trabajó en la administración de los Ferrocarriles del Estado, hasta su jubilación, en Formosa, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, Santa Fe y San Antonio Oeste. Deodat fue un estudioso de la geografía patagónica en general, apasionado de sus costas, sus navegantes y sus misterios. En esos minuciosos estudios, que siempre trató de corroborar hasta el último detalle, descubrió paraderos indígenas, sitios históricos mencionados en antiguos escritos, y las ruinas de la Real Compañía de Pesca en Puerto Deseado. Esas investigaciones fueron reconocidas por el Gobierno Nacional y premiadas por la Comisión de Cultura, que consideró las ruinas como "Patrimonio Nacional". Durante muchos años colaboró en temas de su especialidad en la revista Argentina Austral, la publicación ferroviaria Riel y Fomento, y otras publicaciones latinoamericanas. Fue un destacado colaborador permanente del semanario deseadense El Orden.
En el prólogo, Deodat dice:
"Mientras recuerdo una frase de del Valle Iberlucea dicha en presencia del Senado conjurado contra él: "La cultura de la frase no está reñida con la energía del concepto", escribo, una vez más, sobre cosas añejas de Puerto Deseado con sabor de actualidad.
No lo hago, por supuesto, con miras al bronce estatuario, ni menos halagado por la perspectiva de un suculento provecho inmediato. No trafico con la pluma para vivir hoy en paz con Dios después de haber adulado al Diablo. En el lento desfilar de los años observo con honda tristeza a quienes gustan del placer de ejecutar piruetas de funámbulo en equilibrios oportunistas, para besar a la postre la mano del amo que les castiga.
Tampoco pretendo satisfacer a cuantas personas se dignen leerme, sea para zaherirme, bien para aplaudirme. A los primeros opongo el amparo de Alberdi: "El barro que se me arroje caerá sobre mis hombros como la lluvia sobre el mármol, para blanquearlo", y el pavés de Justo: "Estoy acorazado contra la injuria". A los segundos ofrezco la luminosa sonrisa del agradecido.
 No hago de la befa y el escarnio "mutualidad de yunta y compañero" (Almafuerte). A los espíritus enclenques y a las mentes torvas, el goce histérico de la cizaña. Cuando escribo no me perturba la malquerencia, pues acostumbro decir lo que siento y lo que pienso al margen de las opiniones de mi vecino. No escribo por conveniencias del momento sino por placer.
Trato de ser útil, sin exigir recompensa, a esta porción geográfica argentina conocida en la historia con el nombre de Patagonia. Utilizo la pluma porque no se manejar la tijera del esquilador, la pala del hortelano, el cubilete del afecto al "cacho"; ni he aprendido a correr detrás de alguna triquiñuela burocrática o leguleya para despojar a alguien de un lote de suelo pedregoso cerca de alguna aguada, o enriquecer con celos de catador a los aprovechados dueños de mesones.
Distraigo mis ocios escribiendo, o pretendiendo escribir. Busco siempre, incorregible desliz de mi escasa cultura intelectual, en el saber cuanto adolezca el propio. Y si alguna vez necesito de alguna autoridad o testimonio donde cobijarme, no indago si su nombre aparece en letras de molde en alguna hagiografía, o si se halla subrayado en el Index. El mismo respeto me merece un Saint-Victor –uno de los más puros escritores laicos de Francia– que un Saint-Simón, el utópico socialista francés de la primera mitad del siglo XIX y compañero de Fourier, Proudhon y Luis Blanc. Los apellidos son independientes de las ideas y de los sentimientos.
El conocimiento de la Historia no es patrimonio exclusivo de los individuos de determinada clase social. Para algunos, la Historia es una sucesión de impresiones fotográficas; para otros, un excelente pretexto para dar cierto brillo bituminoso al patronímico cuyo origen buscase siempre en la nobleza y jamás en los campos, en las cárceles o en las fábricas; para otros, estridencia de clarines y retumbar de cañones; y para los menos, una ciencia útil que enseña las leyes que rigen la vida de las sociedades humanas a partir de la época en que el hombre convirtió a un guijarro en arma de combate.
Porque tengo anhelos para el porvenir de Patagonia –que un día me recibió hosca y huraña, y triste me verá partir–, interrogo a su ayer. Porque en él no descubro seres de mitología o héroes de ocasión; porque sé que encierra lágrimas, odios y sangre de hombres del pueblo con quienes no me unen presuntos o reales vínculos de familia, indago y escribo. Y lo hago con la absoluta libertad propia de un hombre falto de lazos familiares en el pasado, de intereses de grupo, o prejuicios sociales.
Si, en consecuencia, la búsqueda de antecedentes por un lado y la curiosidad por otro, trajeron en feliz consorcio y como lógico resultado el hallazgo de acontecimientos poco o mal conocidos; un mejor conocimiento de la geografía histórica de nuestro litoral marítimo; el descubrimiento de sucesos al margen del desenvolvimiento económico y social de la nueva Patagonia; una más exacta visión de conjunto que fue y es preciso extraer a la letra amarillenta de coloniales papeles de oficio y de libros que se hallan al reparo de los traidores zarpazos de hombres felinos, para dar tema a mi pluma, siempre han de constituir, no lo dudo, un reactivo espiritual para el lector grato dispuesto al aplauso que reconforta, como al otro insatisfecho y hosco, amante de la befa y de la diatriba, que si no halaga, estimula. Y así, en trance de ofrecer a ambos la oportunidad de excitar su celo con el frenético batir de las manos o con la burla solapada sin arte e ingenio que mancha de negro la albura del papel, escribo una vez más, repito, sobre cosas añejas de Puerto Deseado, con sabor de actualidad.
Por la fuerza imperativa de la costumbre y exigirlo la lealtad y honradez con que escribo, pongo mi firma al pie. Me subleva la cobardía del anónimo como no me es simpático el disfraz del seudónimo. Así cargaré públicamente con la giba agobiadora de mis yerros.
Voy a ofreceros, pues, la impresión fotográfica de un oscuro episodio de la Campaña del Desierto que se inició muy cerca de donde moráis, deseadenses amigos y desafectos, hacen ya cincuenta y tres años cabales. En vuestras manos queda."

Rubén Gómez 


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