domingo, 31 de marzo de 2013

ÁNGELA


20 de diciembre de 2012. Un rostro, con una mueca congelada, me observa fijamente detrás del mostrador del infecto motel de carretera. Su mirada indolente recorre todo mi cuerpo con la calma del que nada espera.
— ¿Desea una habitación? —
Pregunta sin quitarse el cigarro de la comisura de la boca.
—No. Mi lacónica respuesta consigue llamar su atención.
—Pues si no quieres registrarte, ¿qué demonios has venido a hacer aquí? Me gusta ese aire desafiante que le rodea, reconozco que sin resistencia por su parte, no me gustaría hacer el trabajo.
Comienzo lentamente a bajar la cremallera de la cazadora de cuero roja que deja entrever que no llevo mucho más debajo. Sé cómo es porque mi madre me lo ha descrito a la perfección, y sé que eso le gusta; al menos le gustaba a rabiar cuando vivían juntos.
Se acerca aún más al mostrador. Me dice que siga, que después me dará una recompensa acorde al espectáculo.
Y sigo, la cazadora cae a mis pies, sus ojos me devoran. — ¿No me recuerdas, verdad? Indago.
Ha salido de detrás del mostrador y mira aterrorizado porque no tiene respuesta.
Cree que vengo a atracarle, a robarle el fruto de años de trabajo lejos de ese hogar que un día dejó atrás en otro continente. No imagina quién soy. Era muy pequeña cuando nos abandonó.
Además, debería estar muerta. Hoy hace 20 años que prendió fuego a la habitación dónde dormíamos mi madre, mi hermana y yo. Debía haberle dicho que por buen comportamiento, los de arriba, me han dejado bajar a ver a mi padre. Bato mis alas con fuerza; libres de la presión de la cazadora ejecutan los
movimientos precisos. Mi tiempo expira, sólo espero poder meter en su cartera el número de mi hermana, para que la avisen de su muerte. Al fin y al cabo es su legítima heredera, ella, aunque él nunca se preocupó de confirmarlo, no fue devorada por las llamas.
Desde que me convertí en su ángel de la guarda, esperaba éste momento.
Además, siempre quise hacerle a mi madre un regalo de Navidad tan bueno como se merecía. La pobre sólo conoció los sinsabores de una vida en compañía de un hombre que nunca la respetó.. Salgo fuera; hace frío, mucho.
Subo la cremallera de mi cazadora y comienzo a andar por el arcén, mientras a lo lejos, se distingue el reflejo de unas luces rojas entre la niebla.

Paloma Hidalgo Díez (España)
Publicado en la revista digital Minatura 124

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