jueves, 27 de septiembre de 2012

MAÑANA


Mañana, sí, mañana, viviendo en una casa propia con olor a clavellinas, con las paredes rosa y el piso como un tablero de ajedrez. Es todo lo que necesitas. Una casa para ti sola, y un poco de tranquilidad. Levantarte a la hora que quieras. Desayunar café con leche, huevos fritos, alguna fruta. Darte una ducha y escuchar un poco de música. Acostarte en el sofá con una bata de felpa. Juguetear con el perro, un dálmata estaría bien. Salir a tomar un poco de aire en el balcón. Llenar la bañera con agua tibia y gel de espuma. Pasarte allí al menos una hora, relajada, leyendo revistas de modas. Calentarte en la habitación grande e iluminada. Dormir. Despertar animosa. Libre de estrés.
Ponerte una ropa linda y sexy. Mirarte en el espejo con orgullo. Luego ir a la cocina para servir la mesa. Comida ya elaborada, no te gusta cocinar. Carne enlatada, verduras, papas fritas. Frutas en conserva para el postre, y una botella de vino. Cubrir la mesa con un mantel blanco, con las esquinas decoradas, y en el centro un candelabro de plata con dos velas. Oír el timbre y correr a abrir la puerta. Verlo ahí frente a ti con un ramo de flores, sonriendo. Lo invitas a pasar. Lo ves sentarse a la mesa junto a ti. Alza la copa. Brinda por el amor y a tu salud. Pide que le pongas música, algo romántico y te invita a bailar. Dejas caer la cabeza sobre sus hombros. Sientes la calidez de su cuerpo apretado contra el tuyo. Eres feliz. El reloj te avisa que ya son las diez. Vas a la cocina y lo traes todo en una bandeja dorada, la
cafetera, dos tazas con sus platillos, dos cucharitas pequeñas y un tazón con azúcar. Le sirves una taza de té humeante y te sientas muy cerca de él, en el sofá de la sala. Conversan bajito. Se ríen.
Bailan otra vez y él te besa. Lo llevas de la mano a la habitación. Hacen el amor como nunca. Te quedas dormida sobre su pecho. Sueñas con cosas bonitas y con todo lo bueno que la vida te ha dado. Eso es todo lo que quieres, una casa para ti sola y un poco de paz. Ahora miras el techo y ves los nombres y las marcas. Las paredes parecen apretarse sobre ti. Por la nariz se te cuela el hedor del ambiente causando un malestar indescriptible. Era tan simple, tu sueño era tan sencillo. Pensaste que lo lograrías sin demasiado esfuerzo.
Sientes sed y sabes que sólo podrás beber agua de la taza del baño. Asco de lugar. Te recuestas a la pared y sientes el repello en la espalda. De nada te sirvió cortarte las venas. De todas formas te trajeron aquí. Un lugar estrecho donde te acorralan a preguntas, y a veces no sabías qué decir. Te confundías
con tanta gente diciéndote lo mismo. Ellos sabían que no estabas loca. Que lo habías hecho a conciencia. De alguna forma lo sabían todo, y tú creyendo que lo de las venas cortadas iba a funcionar. Al hospital, como todos los heridos, y te dejaron sangrar como una cerda. El miedo a morir te hizo confesar. Total, tú sólo querías una casa decente. Una casa para ti sola, y un poco de tranquilidad. Lo de acostarte con el viejo sólo era parte del juego, y lo de robarle el dinero, claro, las prendas también. Entregárselo todo a él, y esperar que te buscara después, y comprara esa casa que te dijo. Era tan fácil, en realidad, tan sencillo. Una tina con agua tibia y gel de espumas, y los dos en el sofá oyendo esa música romántica, y el amor después. El sexo. Todo lo bueno termina siempre con el sexo. Lo malo fue cuando no lo viste aparecer. Cuando esperaste y esperaste como una boba, y lo viste por fin y se negó a hablar contigo. Cuando te dijo que sólo eras una puta y tenías que hacer lo que él dijera. Acariciaste el punzón dentro de la cartera, y lo miraste a los ojos. Te aguantaste un poco todavía porque pensabas en una casa decente con un dálmata juguetón y una mesa con candelabros y manteles bordados. Fue ahí
cuando él te habló de otro viejo con dinero, de un trabajo más, y otro, y unos tipos que seguro pagarían bien. Entonces no aguantaste más, y eso fue lo peor.

Yoenia Gallardo. Cuba
Publicado en la revista Oriflama 20

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