jueves, 29 de marzo de 2012

CAFÉ PROVINCIANO


(I)

El Café silencioso de la esquina,
¿vive de soledad o de esperanza?
Sobre las mesas, la memoria danza
valses lejanos. Esa bailarina

vaporosa, invisible, compagina
nostálgicos recuerdos, añoranza
de pasados que evoca, y acechanza
de posibles futuros que adivina.

Desierto está, ya casi en la frontera
de la tarde otoñal. La cristalera
revela a contraluz su intimidad.

Una hora más, y errática afluencia
de gentes en arrastre de impaciencia,
turbará su gentil tranquilidad.

(II)

Tiempos eran de paz, cuando la vida
no disfraza su casta de aldeana,
y puede un hombre, desde su ventana,
ver el mundo cortado a su medida.

Y eran tiempos de atmósfera encendida
que al espíritu eleva y engalana,
abriendo tránsitos al alma hermana
que ve más el abrazo que la herida.

El Café era quietud, tal como ahora,
y dentro, en la penumbra acogedora,
eras sosiego, espera, ofrecimiento.

Y me senté a tu lado. Con la mía
coincidió tu sonrisa. Parecía
que se me iluminara el firmamento.

(III)

Nuestro coloquio, de aire intrascendente,
fue tornándose abierto, sugestivo,
corcel nervioso que en la piel cautivo
reventara en galope efervescente.

El rubor de tu rostro, inconsistente
con la sed de tus labios en furtivo
desliz de ligereza, fue el motivo
de mi anticipación. Besé tu frente.

Intenté decir algo, mas tu beso
me cerró las palabras, y confieso
que mi primer intento fue tu acción.

Nos miramos de pronto. Sonreíste.
Y la luz que en los ojos encendiste
tenía un no sé qué de seducción.

(IV)

Se abrieron las escalas del piano
en abanico de hálito sonoro,
y el bolero me abría cada poro,
filtrándose en mi espíritu. Tu mano

daba a la mía ese calor humano
que tanto en tiempos de orfandad añoro.
Tú sabes de eso. Cuanto más te exploro,
más en ti me descubro en cada plano.

Bailamos. La canción, que ambos sabemos,
no necesita letra. La entendemos
como si ambos la hubiéramos escrito.

Es la historia de dos almas gemelas
en solitarias vidas paralelas
que se acoplan mirando al infinito.

(V)

Bailas. Te mueves casi sin moverte
al ritmo de esta música tan lenta,
que tu abrazo de niña somnolienta
no envisiona razón que la despierte.

Sueñas, tal vez; y sobre mí revierte
la visión que en tu espíritu se asienta,
que me revitaliza y acrecienta
mi deseo de ti. Puedo quererte

en formas y vigor nunca ensayados,
con todos mis sentidos desatados,
como primera y última mujer.

Cada paso menudo, cada giro
casi a cámara lenta, y tu suspiro,
me sugieren que acabo de nacer.

(VI)

Atardece. La gente va llegando.
Se despiertan los frívolos sonidos
que subvierten la música y, vencidos,
van los boleros relegando el mando.

Perdió el ambiente su carácter blando;
ya no es clima de amantes, mas de olvidos
a las copas de vino remitidos,
bajo risas y voces naufragando.

Tienes forma de alondra cuyo vuelo
ha sido interrumpido; pero el cielo
aun te ofrece ocasiones de soñar.

Vamos, mujer. La noche se aproxima,
y cada calle oscura legitima
las más ambiguas técnicas de amar.

(VII)

Nace la noche, luces y misterio.
Por la calleja en calma, semioscura,
puede ser sobresalto o aventura
el beso audaz con tintes de adulterio.

Solemne beso, enteramente serio,
ilegal, mas no turbio, en apertura
de la sensualidad y la ternura
evadiendo agobiante cautiverio.

Porque todos, los tímidos, los bravos,
tenemos en nosotros más de esclavos
de lo que decidimos admitir.

Me siento libre entre tus brazos. Pienso
que todo lo demás queda en suspenso.
¿Qué puede con tu beso competir?

(VIII)

Las voces del Café suenan lejanas,
flojas palabras a la luz de un sueño;
y en esta esquina en que de ti me adueño,
de tus blandos deseos me engalanas.

Suena un rumor distante de campanas,
y el mundo, de repente, es tan pequeño
que termina en nosotros, y desdeño
cuanto hay fuera de ti, de tus mañanas.

Porque al darme esta noche, ya ambiciono
todos tus días, y me condiciono
a contemplarte en cada amanecer.

Ay, mujer de cristal, entre mis brazos;
no te me quiebres nunca; tus pedazos
arduos serían de recomponer.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-

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