sábado, 18 de junio de 2011

POEMA

DE AUSENCIAS Y RECUERDOS

He gastado los caminos de tanto recorrerlos
buscando armonía y un poco de sosiego,
sin embargo todo gira vertiginosamente
carcomiéndome el cerebro.
Siento que la gran muerte se encubó en mis adentros,
y se alimenta de ausencias y recuerdos
de dolores rancios y dolores frescos,
de soledades y tenebrosos miedos,
de mis rostros descompuestos esos mismos que guardé cada invierno.
De alegrías fingidas, de quebrados sueños
de un gran amor despreciado en el tiempo
y de otro eternizado con fuego.
Se alimenta de mis pies desnudos
y mi corazón hambriento,
de mi espíritu sediento
de las aguas de un manantial eterno.

De la escalofriante desesperanza
que me consume por dentro.
Siento crepitar la gran muerte
en mis carnes y en mis huesos,
se adentra en mi sangre
para recorrerme todo el cuerpo.
Y con mis desdichas festinando,
va dominándome y creciendo el fuego
inclemente me tiene sin discernimiento.
Día y noche al oído susurra:
Ven aquí conmigo, yo de perturbaciones te libero,
cubriré tus ojos con un suave bálsamo,
el bálsamo del sueño eterno,
ven, entrégate yo te acojo en mis calmos brazos,
te musitaré canciones de cuna
cuando estés en mi regazo,
te acariciaré el cabello te contaré cuentos
y en tus labios posaré los más dulces besos,
esos mismos que viviste alguna vez en sueños.
Toma mi mano afable, nada te pido a cambio,
sígueme tranquila te daré sosiego eterno.
Sin fuerza en el alma, con las ganas extinguidas
resignada me entrego
para que con su ropón me envuelva,
cierre mis ojos cansados y me lleve de esta vida .
Me entrego culpable por mi descomunal cobardía
por no sortear los fantasmas
que destruyeron mis días,
culpable de los dolores provocados
a los que nunca me hicieron daño,
espero me perdonen con el pasar de los años,
me dejo devorar por esta muerte aliada
en la negritud de un día muy soleado.
Veo los rostros de mis hijos, del hombre que me ama,
y el de mi amor eterno,
que se diluyen en el aire que respirar ya no puedo.

Todo se aquieta, todo es sereno,
los fantasmas me abandonan
se apodera de mí un apacible sueño,
y en los últimos parpadeos descubro
que ya no existe el miedo,
lo que encuba mi cuerpo ahora
es un paralizante frió intenso
que con el tiempo, asumo,
se alimentará de ausencias y recuerdos.

Fé Consuelo Martínez-Conde Rodriguez

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