domingo, 26 de diciembre de 2010

POEMAS

VERSOS ANCLADOS A TU PIEL

Una ilusión ante mis ojos.
El sauce cesó en llanto.

El sol fundía la nieve
formando un manantial
de cristalina agua errante.

El mar ancló en el muelle,
sus mensajes de espuma
se fundieron en la arena.

Susurró el viento
un poema que viajó
en su velero embotellado.

Y su melodía cantó:
“Entre mis manos duermes, amor…
Entre mis sueños…

No eran molinos, ni gigantes
sino besos de aire
que encontraron su destino.

Besos que encontraron su orilla,
su mar de tiernas sonrisas.

En tu voz escribo versos,
en tus labios duermo…”

Jéssica Arias Mingorance

Arar: verso.

Movimiento de ida y vuelta
que hace el labrador,
al arar; la tierra.

Como el que hace el poeta
al terminar una frase
una frase de un poema,
y comenzar; otra nueva.

Ara y ara, labrador
ve y vuelve, vuelve y ve,
dejando surcos,
en la tierra.

Escribe y escribe, poeta
frase a frase, verso a verso,
dejando surcos,
en el papel.

Y qué tú y él,
los dos versos hacéis
aráis, escribís;
en la tierra y el papel.

Autor: Julio Guzmán Sanchis.

FABULA DEL GRILLITO CANTOR
-Homenaje Poético a Gabilondo Soler-

Por Juan Cervera Sanchís

Sucedió una vez que una inteligencia, dulce y buena,
que solía pastorear, las noches estivales, astros niños,
se quedó profundamente dormida acunada por el
campanilleo de los sapos y el ricriqueo de los grillos.
Fue entonces cuando el rey de estos últimos, que era
muy juguetón, se fue introduciendo en lo más profundo
del ser de aquella inteligencia dulce y buena, hasta
sembrarla de las más tiernas y bellas canciones, no
escuchadas nunca antes en aquel planeta, ni en ningún
otro, por nadie.
El mullido y verde prado, donde se había quedado dormida
la inteligencia, se vistió de multicolores florecillas. Las
altas nubes, los cirros y los cirrocúmulos, se detenían a
escuchar, flotando en embelesos, aquellas canciones aún
no nacidas, pero ya en gestación, que revolaban felices por
el subconsciente de aquella buena y dulce inteligencia.
El milagro había sido advertido por los álamos blancos
de la ribera. Las hojas de éstos, estremecidas, rebrillaban
tocadas de cariciosa y plateada luz de luna. La corriente
del río, ensortijada de ondas, daba la buena nueva a los
juguetones pececillos. Las mariposas nocturnas dibujaban
en el aire hexaedros de felicidad.
El campo todo era una fiesta de ricriqueos. Todos los
grillos, al unísono, celebraban la decisión de su rey, pues
veían en aquella inteligencia a un hermano mayor,
capacitado, por el poder del arte y el sortilegio del amor,
para establecer entre ellos y los infantes de la especie
humana la más emotiva de las comuniones.
Animales, vegetales y minerales se entregaban al jolgorio
del canto aquella prodigiosa noche en que la voluntad
canicular envolvía de vaporosas fragancias las celestiales
alturas por donde, de vez en vez, los aerolitos rayaban, con
sus bisturís de fuego, la fina piel del empíreo.
La inteligencia dulce y buena, elegida por el rey de los
grillos para recibir el don inigualable y único, que es
el poder componer bellas canciones para la infancia,
continuaba flotando sobre la esponjosa pradera, bajo
las mieles del sueño, y disfrutando, ya a plenitud, del gozo
creador.
El reloj cósmico mantenía su matemático curso. La noche
avanzaba, con sus desplegadas velas de tisú, hacia los
puertos de la aurora.
En la delgadez de la brisa se entremezclaban el arruar
del jabalí y el aullar de los lobos, el balido temeroso de
una oveja perdida y el graznido de un cuervo desvelado.
Unas nubecillas color granate presagiaban el pespuntear
de la amanecida por los horizontes del Este.
Los perros intensificaban sus ladridos. Los kikiriquíes de
los gallos horodaban los tornasolados efluvios. El
cacareo de las gallinas endulzaba el perezoso despertar.
Olió a leche recién hervida. Se oyó un tintineo de
cucharillas, cuchillos y tenedores entre golpecitos de tazas
y platos.
Piaron los gorriones y gorjearon las alondras. Los primeros
rayos del sol doraron las copas de los árboles.
Fue entonces cuando la inteligencia dulce y buena retornó
al estado de conciencia. Sorpresivamente descubrió que
dentro de sí se había operado una insólita metamorfosis: de
pastor de estrellas pasaba a ser providencial y tierno cantor
de niños.
Su sangre y su corazón fueron, repentinamente, un sonoro
hormigueo de canciones y, olvidándose de sí, comenzó
a caminar por el verde y mullido prado, salpicado de
florecillas multicolores, sembrando el aire de bellísimas
canciones, que hacían referencia a chorritos juguetones
de agua transparente, a ratoncitos, a cocuyitos playeros,
a conejos turistas y a canicas marchosas.
Fue así como nació EL GRILLITO CANTOR, iluminando
el alma de un hombre llamado
FRANCISCO GABILONDO SOLER.

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