miércoles, 7 de abril de 2010

HOMENAJE A MIGUEL HERNÁNDEZ

Sed de argumentos…

La fiera sedienta de argumentos
se entrega a sus cavilaciones que no atienden a razón.
El silencio grita, se consume,
Se quema en la hoguera del intacto corazón
Que no se reconoce en el espejo.
El conflicto interior encerrado en el instante atemporal y paradigmático
Cobra vida durante la noche aislado dentro de sí mismo.
El interés ausente de la promesa de liberación huye apresuradamente,
Desmitificando las emociones verdaderas que se entregan sin luchar.
El efecto euforizante del traje de novia,
Fríamente impone su voluntad sobre el rojo encendido.
El hilo que hilvana mi presente calcinado oculta sus garras,
Leves contornos sobre el fondo vacío.

María del Pilar Redondo López


Miguel

Miguel, ¡cómo sonríen los celestes racimos!
Y los mudos trigales ¡cómo callan! Y añoran
Los pinos de la costa, ¡leves velas! ¡y blancas!
Porque por las acequias corre ya, el agua, verde,
Y el azahar en el viento de la tarde se escancia.
Un instante he creído que tú me regresabas
Por las páginas puras de un cuaderno sin páginas.

He creído encontrarte en mi joven memoria
En el patio tranquilo de una casa encalada
Con rejas y geranios en las viejas ventanas
De par en par abiertas al aire, a la mañana
He escuchado a la fuente, al jilguero, a la rana,
Y pareció que entonces volvías y esperabas
Yo no sé: cualquier cosa: un beso, una mirada
O quizá un largo grito
De viento, o de futuro, o de esperanza
Rodar, perderse adentro del pozo azul del alma.

He pensado decirte algo que te aliviara
Del peso de la gloria pesándote en la espalda.
La gloria: esa ceniza
Que no es ni tierra ¡nada!
Sino el humo que ciega ocultando la llama
Sino una triste losa con cien palabras vanas.
Su gloria. ¡Ah, sí, su gloria!
Que de laureles cubre, de plomo, cuanto mata.
Más digno es el olvido: su olvido, su ignorancia.

¡No! ¡No regreses nunca de tu muerte a su España!
Que tú, Miguel, habitas más profundo, en la clara
Conciencia del que lucha,
Del que sueña sin trabas.
Que aquellos, los que un día te murieron, hoy quieren
Nuevamente morirte, y dejarte sin habla,
En otra oscura celda de reinventada historia
O de crítica espuriamente literaria.

Javier Jorge Atienza

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